Mi viaje a París en pos de Louis Braille

Mi viaje a París en pos de Louis Braille

lunes, 27 de septiembre de 2010

27 de septiembre, Día Mundial del Turismo

En este espacio no puede pasar desapercibida hoy la efeméride del Día Mundial del Turismo.
Más allá de mis necesidades como turista ciego, querría hablar de lo que para mí significa esta actividad y quiero hacerlo con una frase:
“Hacer más que ver”.

Diréis que claro, cómo no. Un ciego ha de hacer ya que ver no puede. Pero lo que quiero decir es que cuando viajamos, deberíamos volcarnos en disfrutar del viaje como aprendizaje. Dejar en segundo plano el pretender abarcar un lugar en su totalidad, el limitarnos a capturar imágenes. Dar prioridad, en cambio, a atesorar recuerdos que impregnen nuestra memoria y sean fuente de conocimiento, de tolerancia y de momentos compartidos. Dejarse seducir por la emoción de planificar y estar allí. Vivir.
Viajar es explorar, detenerse en lo pequeño, ir más allá de lo meramente estético y dejarse tocar por la magia del misterio de lo desconocido.
     


lunes, 13 de septiembre de 2010

Zamora: la ciudad de los caminos

Os hablaba ayer de futuro, de mis proyectos para el nuevo curso.
Permitidme ahora que comparta mi verano. Empezaré haciéndolo narrando de cómo fui a Zamora y qué imágenes me he traído de esa ciudad.
Zamora, la Perla del Duero, la ciudad del románico con sus murallas, su catedral, sus edificios modernistas,sus plazas y calles peatonales, Viriato, el Cid y doña Urraca.
Llegar un domingo a mediodía, comenzar la aventura decidiendo dar un paseo hasta su parador, un palacio del siglo XV en el que tenía reservado alojamiento. “¿Está lejos el parador? ¿Puede irse andando? Ah,no es difícil… ya te pongo en un punto y a partir de ahí, todo recto. Que disfrutes y tengas suerte”. Al cabo de un buen rato de callejear, objetivo cumplido.
Haces los trámites para que te asignen la habitación. Has de esperar a que te la preparen porque el día de antes ha habido una boda y aún no está disponible. Entretanto puedes tomarte la consumición de bienvenida con que te obsequian por ser Amigo de Paradores.
La habitación es amplia, no te da tiempo, entonces, de comprobar que en la puerta tiene el número en relieve. Eso sí, tocas los cuarterones de las puertas y balcón, típicos de Castilla. Haces el reconocimiento de rigor: el cuarto de baño con sus botecitos de aseo rotulados en braille, el escritorio, el sofá de dos plazas, las camas y dos silloncitos en torno a una mesa redonda. Preguntas cómo se maneja el aire acondicionado, pasas de la tele, pero no de la cajita con bombones que endulzan tu llegada. Hora es de buscar el comedor para alimentar cuerpo y espíritu.
Creías que la carta con los menús estaría en braille, pero no. Bueno, te la leen y piensas que habrás de ir probándolo todo, que debe estar buenísimo. De momento, una parrillada de espárragos, lomo de ternera de Aliste y cañas zamoranas de postre. Días vendrán para degustar ese bacalao a la tranca, ese arroz con boletus, ese trío de lechugas con frutos secos, manzana y queso fresco, ese gazpacho de sandía o ese solomillo de pato -este último manjar no llegaré a catarlo pues al pedirlo se confundirán y el solomillo que me preparen resultará ser de ternera (no será malo el cambio, qué va)-. Esos helados sobre tulipa de barquillo o esas aceitadas serán los postres ideales para acompañarlos. Un vino de la zona, cómo no: un rosado de nombre Valdeoscuro (por algo mis ojos están teñidos de ese color).
A la tarde, tras justa y necesaria siesta, pides que te enseñen el edificio con su patio interior acristalado, su pozo y sus escudos nobiliarios en columnas, su armadura a caballo, su jardín con la piscina, sus escaleras y pasillos de piedra cubiertos de una alfombra que te servirá de encaminamiento (el primero de los que irás descubriendo y que tanto te ayudarán a llegar sin perderte).
La tarde de domingo va declinando, piensas que es hora de buscar otro camino, el que te conduzca al Duero. Alguien te ayuda, cree que te caerás,que es muy difícil, que cómo se te ocurre explorar. Pero de algo sirven sus atemorizadas explicaciones. Escuchas el rumor del agua que quiere acompañarte, acaricias la barandilla que te servirá de guía y te concentras en memorizar el itinerario. Para una primera toma de contacto ya es suficiente.
La noche es amable, el clima bueno y el ánimo dulce. Busco una mesa donde pueda tomarme un café bajo la atenta mirada de aquel legendario luchador lusitano que acabaría siendo traicionado. Me pregunto qué pensará, si se sonreirá al ver cómo un ciego ha acabado allí, imaginando qué aspecto tendrán quienes le rodean, qué anécdotas y recuerdos le quedarán de ese viaje.
Al día siguiente, después de un majestuoso desayuno, visita guiada. Esta actividad, junto con otra que la complemente, hará que pise los puntos emblemáticos de la ciudad: el Portillo de la Traición, la Plaza Mayor, el Barrio de Olivares con sus aceñas y molinos, las iglesias -la de San Claudio tiene unos capiteles increíbles que puedo tocar, la de la Madalena, un sepulcro magnífico y la catedral, unos tapices y un coro superiores-.
Las guías te cuentan historias y leyendas, informaciones que te enriquecen: cómo los zamoranos disponen de su playa, la de Pelambres, cómo ha sido restaurado el castillo, cómo San Atilano encontró su anillo en el estómago de un pez o cómo, para acoger la exposición Las edades del hombre en 2001, renovaron el pavimento del casco histórico dotándolo de una textura granítica en el centro de las calles para señalar metas a las que dirigirse. Sin ellos pretenderlo, hicieron que para mí fuese fácil seguirlos.
El tiempo fue pasando. Me familiaricé con los paseos por el río -ni me caí ni me perdí-. Localicé unos bancos donde sentarme a escuchar el agua -a quien le pregunté por ellos debió creer que buscaba ingresar dinero ya que, en vez de mirar y verlos, se limitó a decirme que no era de allí (¡toma castaña!)- y atravesé sus puentes, el medieval de piedra y el de hierro con tablas en su acera (otro camino).
A alguien le llamaron la atención las andanzas de este cegato y los del periódico La opinión quisieron entrevistarle. El resultado lo tenéis aquí:
http://www.laopiniondezamora.es/zamora/2010/09/12/zamora-traves-tacto/462463.html
Con todo llegó el viernes, el regreso, el balance.
Una aventura plena, sentirse un turista más, en el sentido de explorador, el haber adquirido nuevos conocimientos a “primera vista”,de manera directa, haber transitado por la Historia, haber estado allí.
Las atenciones de quienes me ayudaron, unos con más normalidad y otros con extrañeza y hasta temor, la magia de pasear y soñar, la tranquilidad del entorno por el que deambulaba al ser peatonal, y el orgullo de haberme enriquecido otra vez más.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Viajar a ciegas

Comienzo hoy una nueva aventura, un nuevo reto: compartir mi ansia viajera, dar a conocer cómo la voy saciando y mostrar que puede hacerse, que merece la pena atreverse a emprender un viaje pese a lo que supone la discapacidad visual, la ceguera.

Ojalá os resulte interesante y sirva para avanzar en esa legítima aspiración que tengo de ser uno más.



El concepto de viaje es muy amplio. A lo largo de la Historia el ser humano ha viajado, se ha desplazado, de forma individual o colectiva, por diversos motivos: buscar mejores tierras o fortuna, conquistar, sed de conocimientos, etc. Hoy en día seguimos haciéndolo y, yo diría que, en el fondo, por similares causas.

Entonces, yo me añado a ese ansia viajera de la humanidad a lo largo de los tiempos y, por eso a veces, me gusta calificarme de “homo viajerus”

¿Qué significa para mí viajar?

Aprender lo que otras personas y civilizaciones han sido capaces de ir creando a lo largo de la Historia y llegar a sorprenderme al pensar cómo ha sido posible todo ello con unos medios y herramientas limitadas. Se demuestra que la voluntad y la capacidad creadora del ser humano es muy grande.

Tener una mente más abierta al percibir que uno no es el ombligo del mundo, que hay muchas otras tradiciones, gentes y espacios distintos a los de mi entorno, pero igual de hermosos y enriquecedores.

Pisar la Historia, es decir: estar en lugares en los que un día se dieron acontecimientos que hoy nos han influido. Es como si me trasladara en el tiempo.

Ser consciente de la magnificencia de un Dios creador que nos ha brindado espacios tan hermosos como unos acantilados, un bosque o una cascada con el poder evocador que estas maravillas contienen.

Sin embargo, por esto entenderéis que la limitación mayor que siento por ser ciego la perciba en este campo.

Y es que, efectivamente, un viaje tiene una gran componente visual, porque se llega a un espacio desconocido, los desplazamientos hasta allí muchas veces no son nada fáciles o se encuentran en puntos inaccesibles y el saber que estás delante de un cuadro como La Gioconda, una catedral o un palacio y no verlo, os aseguro que es duro y frustrante. Pero… es más fuerte mi ansia viajera que estos contras.

Por tanto, ¿cómo disfruto de un viaje? Y os aseguro que lo he hecho en un buen número de ellos:

Una buena preparación: soy consciente de que no todos los lugares que me gustaría visitar son accesibles para mí, por tanto elijo aquellos en los que sí podré sentirme a gusto.

Mirar documentación acerca de la ciudad o pueblo que visitaré, que pueda acceder a través del transporte público y que el alojamiento sea pequeño para obtener un trato más familiar y acogedor..

Echar mano siempre de una visita guiada que me dé una visión general del entorno y luego, si estoy más días, recorrerlo por mi cuenta.

Con los datos previos y estando en el sitio, usar la imaginación al intentar visualizar lo que tengo delante.

Escuchar a la gente del lugar por encima de las grandes explicaciones teóricas (que puedo tenerlas en libros).

Intentar tocar todo lo que pueda: a veces hay maquetas de monumentos, entro en las tiendas de recuerdos para ello o simplemente el tocar una columna o un sarcófago es muy emocionante.

En fin, que de una forma u otra intento percibir los aspectos que están a mi alcance: sonidos, olores, folklore, música, gastronomía…

¿Qué pediría para hacerme más fácil mi ansia de viajar?

Que siempre que podáis, en sugerencias o propuestas, se proponga el dotar a las ciudades de maquetas de los monumentos más emblemáticos y que éstas puedan ser tocadas por una persona invidente cuando así lo solicite. No es la primera vez que he tenido una delante y ésta era protegida por un cristal.

Que en las puertas de las habitaciones de los hoteles tengan los números en braille o en relieve, además de alguna información más disponible en audio o braille.

Que las guías sepan que cuando tienen, entre sus clientes, a una persona invidente, deben ser más descriptivas en sus gestos: no vale decir: “ahí está tal o cual cosa….” Sino “a la derecha o a la izquierda está tal o cual cosa…”

Que hubiese más museos o centros de los sentidos. Son muchos los museos de arte e Historia, pero muy pocos los que recogen los sonidos y los olores de un determinado lugar.

Para un invidente viajar significa pisar los sitios, empaparse de ellos, no vale con ir en autocar por una ciudad o un determinado paisaje porque no podrá apreciarlo.

Y por último, os dejo algunas sensaciones que he tenido en mis viajes:

Emoción porque, pese a mi discapacidad, estoy en el lugar cumpliendo un sueño.

Vértigo al estar en la cumbre de una montaña y saber que no hay nada a mi alrededor.

Fantasear a los pies de un acantilado, visualizando aquellos personajes novelescos que luchan contra la fuerza del mar en las noches de tormenta.

He visitado algunos lugares, menos de los que lo habría hecho si viera, pero aún sueño con la ilusión de conocer tantas ciudades y paisajes increíbles como hay en el mundo y en España, sin ir más lejos: Canaíma, con su Salto del Ángel; Praga, Brujas, Ansterdam, Escandinavia o San Petersburgo, la Riviera maya con Chichen Itza… Y en España: el valle del Jerte y Cáceres, Ribadeo, Menorca, Granada…