Mi viaje a París en pos de Louis Braille

Mi viaje a París en pos de Louis Braille

miércoles, 25 de abril de 2012

Prueba

A cuenta del nuevo escritorio de Blogger tengo que pelearme con la creación de entradas. Siempre luchando con el diseño y la accesibilidad.
Bueno, ahí estamos y que no se diga.
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sábado, 14 de abril de 2012

Guipúcoa, ¿eh? Bai

Mientras que hace hoy una semana muchos disfrutábais de un sábado de gloria con la sana resaca espiritual de las procesiones o la compañía de familiares y entornos conocidos, yo lo hacía descubriendo nuevos territorios, zascandileando, alimentándome con otra de mis grandes pasiones, ya lo sabéis: la de viajar.

Y es que junto a otros casi 60 ciegos y ciegas (con 8 perros guía) y guiados de unos monitores que nos hicieron fácil el estar, con su cariño y profesionalidad, conocí la Guipúzcoa oriental, con su San Sebastián, Idiazábal, Oyarzun, Fuenterrabía y San Juan de Luz.Todo un cúmulo de experiencias y sensaciones variadas y enriquecedoras:

Pisar la Historia en la capital donostiarra o al cruzar Hendaya, evocando batallas en La Brecha, la Belle Èpoque o el encuentro ferroviario entre Hitlery Franco.

Pasear por las playas escuchando un mar embravecido que te hace imaginar hazañas marineras y aventuras plagadas de peligros y héroes.

Conocer oficios con sabor a trabajo duro, esfuerzo sin medida y constancia: la pesca atunera de bajura, la minería tradicional y la fabricación de quesos.

Y experimentar la sensación increíble del poder de la naturaleza en El peine de los vientos en medio de la lluvia con sus sonidos intensos.

Ah, y eso sí, delitando el paladar con una gastronomía increíble a base de su exquisito pescado, sus legumbres, sus postres y sus caldos: alubias de Tolosa, marmitaco, merluza rellena de marisco o pantxineta, sidra y chacolí.

Fueron cuatro días intensos en los que, en un ambiente de compañerismo, de amistad sincera y humor, me enriquecí otra vez más con aprendizajes cultural, tradicional y emocional.

El capítulo de las anécdotas que fijan el viaje se llenó con ese paseo nocturno en busca del mar que da como resultado el que al preguntarles a unas chicas les dijera: “es que buscamos ver el reflejo de la luna sobre las olas” y las risas que ello provocó (un ciego que dice que quiere ver eso, vaya chalao), el que te emociones tocando maquetas de barcos o la de la iglesia de San Vicente y el cristo que en ella se exibe (imbuyéndote por un instante de recogimiento espiritual y agradecimiento a ese Jesús que con su pasión te ha redimido), el que sonrías imaginando las peripecias del ratón Izal en su museo del queso o que te atrevas a moverte por un barco al que, luego, para bajar de él, tengas que hacer toda una maniobra por aquello del movimiento marino con la bajamar.

¿Qué deciros? Uno se emociona otra vez más, estando allí, recorriendo parajes y paisajes, tocando lo que uno puede para hacerlo suyo, verlo, aprendiendo, estando, haciendo más que viendo.

Que sí, que ir tanta gente tiene sus handicaps, que prefiero viajar más tranquilo, escuchar mejor, hacerlo incluso por mí mismo sin tanta planificación pero bueno, ahí estuvimos.

Te quedan ganas de volver, de hacerlo con mayor tranquilidad e intimidad. Haber podido pisar la arena de ese mar tempestuoso, recorrer las calles de Fuenterrabía en silencio, sintiendo mejor, enterándote mejor, deteniéndote en rincones que te hagan percibir mejor.

martes, 15 de febrero de 2011

Cáceres y Trujillo: mi último viaje

El pasado fin de semana pude saciar, otra vez más, ese ansia viajera que me caracteriza. Se trataba, gracias a una excursión organizada por la ONCE de Madrid, de conocer dos ciudades emblemáticas de Extremadura: Cáceres y Trujillo.
Participamos 50 personas, ciegos la mayoría y, con el apoyo de dos excelentes monitoras, pudimos hacer la visita con normalidad.
Sin duda que lo que pueda contaros aquí, en base a mi particular punto de vista, diferirá de la impresión que quienes veis podríais tener de esos lugares.
Cáceres me defraudó. Me pareció difícil la idea de pasar unos días de vacaciones solo por demasiados espacios abiertos y sin referencias, además de ignorar si dispone de elementos de accesibilidad (maquetas, braille...). No negaré que la ciudad tiene un rico pasado, fruto del cual, han quedado edificios monumentales que la hacen merecedora de ser patrimonio de la humanidad. Sin embargo, no conseguí que penetrara en mí, que me enganchara. Tal vez, ello fuera fruto de que la guía que nos la explicaba no nos aportó ese calor y esas historias que van más allá de lo que uno puede buscar en Internet o en los libros. eché en falta, curiosidades, leyendas, anécdotas. Destacaría, eso sí, el palacio de los Carvajal con su acogedor patio interior, en el que con el fondo del trinar de pájaros, pude tocar su higuera centenaria. El algibe, al que nos atrevimos, cómo no, a bajar hasta su nivel inferior para poder admirar la genialidad constructora de los árabes. O la concatedral de santa María, con su retablo, que pudimos tocar para tener una ligera aproximación sobre su talla.
La plaza Mayor estaba completamente en obras, por lo que no nos fue posible pasear por ella para hacernos idea de cómo es. Eso sí, pudimos palpar el almohadillado granítico en la muralla o la recia madera de puertas tachonadas.
Respecto a Trujillo, me gustó más. La guía fue mejor y, con su entusiasmo, nos hizo revivir la historia. Ahora bien, me pareció una ciudad ardua para moverse, ya que está edificada sobre una montaña de roca granítica, además de con un pavimento apropiado para la época en la que las caballerías eran el medio de transporte habitual, pero que, para este grupo de ciegos urbanitas, resultaba incómodo al engancharse el bastón en el empedrado y tener que estar vigilando de no resbalar ante la pendiente o las escaleras.
La gastronomía, contundente, con su cocido extremeño, sus migas o sus guisos, regados con vino de Pitarra. No pude resistirme a comprar las deliciosas perrunillas (especie de pasta a base de harina, manteca y almendras) y algo de queso de la tierra (que para algo ha de notarse eso de que, en alguna de mis anteriores vidas, debí de ser ratón).
Tal vez, necesite volver con más calma y pausa para rectificar esa cierta decepción que me he traído. O... que alguien me la explique mejor.

lunes, 17 de enero de 2011

jueves, 14 de octubre de 2010

Tras las huellas de Louis braille

El pasado 22 de marzo de 2009 publicaba en mi otro blog, Tiflohomero, la crónica de un viaje especial, un sueño.
Quiero rescatar aquella entrada para compartirla aquí y dárosla a conocer.
Fue todo un regalo.

Como ya sabéis estamos inmersos en el año del bicentenario del nacimiento de Louis Braille. Pues bien, impulsado por mí, como coordinador del Club Braille de la ONCE en Madrid, he podido cumplir un sueño, y no sólo yo, sino otros muchos ciegos que, reconociendo la labor de este genio, quisimos visitar los lugares que recuerdan su vida.
Estos tres días, por tanto, han supuesto mucho más que un viaje lúdico a la Ciudad de la Luz. Han simbolizado una peregrinación.
Quiero haceros llegar mis impresiones relacionadas con los lugares del personaje que abrió las puertas del conocimiento a los ciegos y nos introdujo, con ello, en la Historia.
Me gustaría ser capaz de trasladar la emoción que uno vive al tocar, pisar, sentir. Impregnarse de la sencillez y humildad de lo visitado frente a la grandeza de su legado.

Nos encaminamos al Panteón de Hombres Ilustres de París donde, por cierto se encuentra el péndulo de Foucault que demuestra cómo la tierra se mueve, y bajamos a la cripta donde están depositados los restos de setenta y tres hombres y mujeres de Francia, relacionados con la Cultura, la Literatura, la Filosofía y la Ciencia, y entre ellos los de Braille. Fueron trasladados en 1952 con motivo del primer centenario de su muerte. Hay una reja que protege las tumbas y a su lado un busto con una leyenda en braille que señala el lugar. Delante de sus restos se leyeron unos poemas y en silencio elevé una oración por su recuerdo y agradecimiento.
Acto seguido nos desplazamos al pueblecito de Coupvrai, a unos 40 kms. Al Este de París, casi al lado de Euro Disney. En este lapso de tiempo se hizo un repaso a su vida..
Paramos en el cementerio. Allí nos congregamos en torno a la tumba y guardamos un minuto de silencio. Es un espacio sencillo en cuya cabecera quedaron depositadas sus manos en una pequeña urna, a modo de reliquia. El silencio era sobrecogedor. Un día de sol primaveral, algunos trinos y olores de campo quisieron ser nuestros anfitriones.
Su casa natal después. Una humilde vivienda con tejado a dos aguas, tres alturas, un pequeño jardín en el que se supone que pasó buenos momentos dedicado a experimentar la mejor forma con la que la yema del dedo podría captar la información de la letra impresa y a recuperarse de sus crisis de tuberculosis, que le llevarían a la muerte a los 43 años, y el pozo de extracción de agua son el marco que envuelven las estancias: una sala común donde está la chimenea que le daba calor, la cama donde nació y una mesa que contiene útiles de la vida cotidiana de una familia de artesanos de principios del siglo XIX, además de algunas tablillas con tachuelas que el padre elaboraba para que el niño Louis pudiese aprender a leer mediante letras mayúsculas en relieve. El taller de guarnicionero con zapatos, botas, cuero… Una lezna evoca el punzón que le dejó ciego a los tres años que, paradojas de la vida, sería el instrumento que luego utilizaría para inventar su escritura de puntos salientes. Y la biblioteca, en la que una maqueta nos permite comprender el conjunto y otros instrumentos que anuncian los rudimentos del invento. En todo momento un manso gato fue testigo mudo de nuestra presencia, ¿sería acaso…?
Salimos del pueblo tras pasar por la iglesia en la que fue bautizado y ver un monumento a su memoria.
Tras la comida el Instituto de Jóvenes Ciegos de París, sito en el bulevar de Los Inválidos en el que estudió, fue profesor, tocó el piano y sobre todo creó su sistema de lectura y escritura. Es un centro grande, en el que aún hoy día se siguen impartiendo clases. Mi imaginación se trasladó a aquellos años, evocando ese mismo lugar y pensando en cuán diferentes eran las condiciones de vida de aquellos ciegos. Una profesora ciega nos condujo desde la entrada, el patio interior (donde otra estatua recuerda al promotor de la enseñanza para ciegos: valentin Haüy), el auditorio donde tocaba el piano, la capilla y un aula con la maqueta del edificio además de los primeros libros que hay en braille. De fondo algunos estudiantes, de los 80 que están internos salían de fin de semana.
Terminó aquí un día plagado de emotividad y recuerdos. Después el grupo se dispersó para aprovechar lo que quedaba de día, unos a la Torre Eiffel, otros a la Concordia y el Louvre y otros a descansar. Yo, claro, junto con los otros ocho amigos que íbamos, fuimos a callejear, cenar y tomar una copichuela que celebrase la noche parisina y una promesa: la de mantener viva la memoria de Louis Braille.



viernes, 8 de octubre de 2010

Ayora y su fiesta de la miel

Por si no sabéis dónde pasar este fin de semana, aquí os pongo una propuesta verdaderamente suculenta y atractiva.

El Valle de Ayora se viste de fiesta el fin de semana del Pilar, 12 de octubre, fecha elegida por los pueblos del valle para exponer sus trabajos y productos más tradicionales. Completan los cuatro días de celebración distintas actuaciones musicales, casetas donde se realizan actividades artesanales y se puede saborear los alimentos más típicos del valle y, sobre todo... ¡Miel!, motivo principal de la convocatoria y que ha hecho famoso este enclave en todo el mundo por su calidad y sabor.
La feria se desarrolla principalmente en la Plaza Mayor de la localidad valenciana de Ayora y toda la celebración gira alrededor de la miel. La producción apícola de Ayora, es resultado de una arraigada tradición en la cultura de esta villa; se refleja de la forma más natural y directa en pleno siglo XXI en el Primer Corte de la Miel.
La miel de Ayora, es un producto de calidad, natural obtenida desde el respeto y la valoración de la biodiversidad y del medio ambiente a través de los siglos hasta nuestros días, y ofrecida directamente a los consumidores como producto agroalimentario con un gran valor añadido.

El Primer Corte de la Miel, permite conocer directamente todos los productos de la colmena: miel, jalea, propóleos, cera, y es una excelente ocasión para ver una extracción en directo en un colmenar vivo y degustar la miel en el panal. La muestra de gastronomía local, artesanía y nuestro patrimonio completan la oferta de este evento.
Desde sus orígenes la actividad apícola está vinculada a Ayora, a su territorio y a los apicultores que aúnan tradición e innovación para ofrecer productos diferenciados por su calidad y saber hacer. Trabajamos por ese merecido reconocimiento y situar la miel en el puesto que se merece, entre los productos saludables y de primera calidad que deben integrar nuestra famosa dieta mediterránea.
El Primer Corte de la Miel es una oportunidad única para conocer de cerca la apicultura: la colmena, su organización, los utensilios y tareas, productos como la miel, el polen, la jalea y sus propiedades.
El visitante puede degustar, además,  productos locales como aceites, embutidos, vinos, salazones, o quesos, así como los platos más típicos de la cocina de Ayora y su comarca.
Los recursos patrimoniales, históricos, medioambientales del Valle de Ayora ofrecen y complementan una oferta atractiva y diferenciada para el disfrute de los asistentes a este evento.
Desde lejanos tiempos, la naturaleza y el buen hacer de los ayorenses han ido dando forma a este enclave hasta convertirlo hoy en un referente del turismo de interior. Su variada oferta de casas rurales, en el casco urbano o en plena naturaleza, casas de uso compartido o de alquiler completo, actividades en contacto con la naturaleza y el rico patrimonio natural y cultural del Valle de Ayora se complementan entre sí. Un conjunto de alicientes y servicios bien conexionados y que hacen de este valle del interior valenciano una excelente opción a tener en cuenta al planificar un viaje de fin de semana o para estancias de mayor duración.

Este reportaje ha sido tomado de Revista ibérica.
 

domingo, 3 de octubre de 2010

Excursión en el Tren de la Fresa: viaje al pasado

Se produjo el sábado y podríamos decir que lo fue al pasado, tanto por el medio utilizado como por lo que vimos.
Eso sí, que los cinco ciegos que fuimos debimos echar mano de la imaginación, porque la vista… nada de nada.
Se trataba de visitar uno de los reales sitios, Aranjuez. Y de hacerlo en uno de esos trenes turísticos que persiguen emular el pasado ferroviario de nuestro país: el Tren de la Fresa.


La incomodidad de los asientos y resto de peculiaridades, se daban por hecho. Ahora bien, el comportamiento de los niños que nos tocaron en suerte (más bien, podría decirse en desgracia) en nuestro vagón. Una jauría desbocada, que ni a la ida ni a la vuelta dejaron de berrear, eso sí que no podía esperarse. Cuán alejados estaban ellos de lo que debió ser el comportamiento de los que viajaran en su día. Me parecieron, a más de insufribles, tan fuera de lugar..
En el transcurso de la ida, unas simpáticas azafatas, ataviadas al uso del siglo XIX, nos repartieron unas cajitas con fresas que, pese a no ser de temporada, no estaban nada malas (digo las fresas, porque las azafatas, ni idea).
Y a la llegada, subimos a autobuses que nos condujeron al palacio, donde se nos hizo una breve explicación de alguna de las principales dependencias para acabar invitándonos a que, ya por nuestra cuenta, diésemos una vuelta por el museo de la vida _con sus carruajes, abanicos y trajes_. Por supuesto, a nosotros no nos dejaron tocar nada, así que decidimos salir cuanto antes en busca de los jardines y el sonido de sus fuentes.
Tras la comida, en un restaurante asturiano, al que nos llevó la ermana de elena (así da gusto), la tarde ofrecía dos posibilidades: el museo de las falúas (barcas utilizadas por la realeza) o plaza de toros y museo. Como aquél no disponía de guía y éstos sí, nos decidimos por darnos un baño de sabor taurino. Y a mí, al menos, me encantó sobre todo por cómo nos fue explicado su contenido y el tono de la guía: todo casticismo y gracia. La mar de simpática y voluntariosa con los cinco cegatones que le cayeron en gracia esa tarde de sábado: suertes del toreo, anécdotas, historia de una plaza construida en 1787.
El regreso a la estación volvió a ser en autocar tras breve paseo por el centro de la ciudad con sus palacios nobiliarios y tiendas modernas: pasado y futuro unidos enmarcando el deambular de los turistas que nos acercamos ese día de postrer veranillo, vislumbrando a aquellos otros veraneantes de una época de nuestra Historia tan lejana ya.
Llegué a casa cansado, pero con la satisfacción de haber acumulado otra experiencia más y con las ganas de repetir otro viaje en tren, esta vez a Sigüenza. Veremos, veremos.



lunes, 27 de septiembre de 2010

27 de septiembre, Día Mundial del Turismo

En este espacio no puede pasar desapercibida hoy la efeméride del Día Mundial del Turismo.
Más allá de mis necesidades como turista ciego, querría hablar de lo que para mí significa esta actividad y quiero hacerlo con una frase:
“Hacer más que ver”.

Diréis que claro, cómo no. Un ciego ha de hacer ya que ver no puede. Pero lo que quiero decir es que cuando viajamos, deberíamos volcarnos en disfrutar del viaje como aprendizaje. Dejar en segundo plano el pretender abarcar un lugar en su totalidad, el limitarnos a capturar imágenes. Dar prioridad, en cambio, a atesorar recuerdos que impregnen nuestra memoria y sean fuente de conocimiento, de tolerancia y de momentos compartidos. Dejarse seducir por la emoción de planificar y estar allí. Vivir.
Viajar es explorar, detenerse en lo pequeño, ir más allá de lo meramente estético y dejarse tocar por la magia del misterio de lo desconocido.
     


lunes, 13 de septiembre de 2010

Zamora: la ciudad de los caminos

Os hablaba ayer de futuro, de mis proyectos para el nuevo curso.
Permitidme ahora que comparta mi verano. Empezaré haciéndolo narrando de cómo fui a Zamora y qué imágenes me he traído de esa ciudad.
Zamora, la Perla del Duero, la ciudad del románico con sus murallas, su catedral, sus edificios modernistas,sus plazas y calles peatonales, Viriato, el Cid y doña Urraca.
Llegar un domingo a mediodía, comenzar la aventura decidiendo dar un paseo hasta su parador, un palacio del siglo XV en el que tenía reservado alojamiento. “¿Está lejos el parador? ¿Puede irse andando? Ah,no es difícil… ya te pongo en un punto y a partir de ahí, todo recto. Que disfrutes y tengas suerte”. Al cabo de un buen rato de callejear, objetivo cumplido.
Haces los trámites para que te asignen la habitación. Has de esperar a que te la preparen porque el día de antes ha habido una boda y aún no está disponible. Entretanto puedes tomarte la consumición de bienvenida con que te obsequian por ser Amigo de Paradores.
La habitación es amplia, no te da tiempo, entonces, de comprobar que en la puerta tiene el número en relieve. Eso sí, tocas los cuarterones de las puertas y balcón, típicos de Castilla. Haces el reconocimiento de rigor: el cuarto de baño con sus botecitos de aseo rotulados en braille, el escritorio, el sofá de dos plazas, las camas y dos silloncitos en torno a una mesa redonda. Preguntas cómo se maneja el aire acondicionado, pasas de la tele, pero no de la cajita con bombones que endulzan tu llegada. Hora es de buscar el comedor para alimentar cuerpo y espíritu.
Creías que la carta con los menús estaría en braille, pero no. Bueno, te la leen y piensas que habrás de ir probándolo todo, que debe estar buenísimo. De momento, una parrillada de espárragos, lomo de ternera de Aliste y cañas zamoranas de postre. Días vendrán para degustar ese bacalao a la tranca, ese arroz con boletus, ese trío de lechugas con frutos secos, manzana y queso fresco, ese gazpacho de sandía o ese solomillo de pato -este último manjar no llegaré a catarlo pues al pedirlo se confundirán y el solomillo que me preparen resultará ser de ternera (no será malo el cambio, qué va)-. Esos helados sobre tulipa de barquillo o esas aceitadas serán los postres ideales para acompañarlos. Un vino de la zona, cómo no: un rosado de nombre Valdeoscuro (por algo mis ojos están teñidos de ese color).
A la tarde, tras justa y necesaria siesta, pides que te enseñen el edificio con su patio interior acristalado, su pozo y sus escudos nobiliarios en columnas, su armadura a caballo, su jardín con la piscina, sus escaleras y pasillos de piedra cubiertos de una alfombra que te servirá de encaminamiento (el primero de los que irás descubriendo y que tanto te ayudarán a llegar sin perderte).
La tarde de domingo va declinando, piensas que es hora de buscar otro camino, el que te conduzca al Duero. Alguien te ayuda, cree que te caerás,que es muy difícil, que cómo se te ocurre explorar. Pero de algo sirven sus atemorizadas explicaciones. Escuchas el rumor del agua que quiere acompañarte, acaricias la barandilla que te servirá de guía y te concentras en memorizar el itinerario. Para una primera toma de contacto ya es suficiente.
La noche es amable, el clima bueno y el ánimo dulce. Busco una mesa donde pueda tomarme un café bajo la atenta mirada de aquel legendario luchador lusitano que acabaría siendo traicionado. Me pregunto qué pensará, si se sonreirá al ver cómo un ciego ha acabado allí, imaginando qué aspecto tendrán quienes le rodean, qué anécdotas y recuerdos le quedarán de ese viaje.
Al día siguiente, después de un majestuoso desayuno, visita guiada. Esta actividad, junto con otra que la complemente, hará que pise los puntos emblemáticos de la ciudad: el Portillo de la Traición, la Plaza Mayor, el Barrio de Olivares con sus aceñas y molinos, las iglesias -la de San Claudio tiene unos capiteles increíbles que puedo tocar, la de la Madalena, un sepulcro magnífico y la catedral, unos tapices y un coro superiores-.
Las guías te cuentan historias y leyendas, informaciones que te enriquecen: cómo los zamoranos disponen de su playa, la de Pelambres, cómo ha sido restaurado el castillo, cómo San Atilano encontró su anillo en el estómago de un pez o cómo, para acoger la exposición Las edades del hombre en 2001, renovaron el pavimento del casco histórico dotándolo de una textura granítica en el centro de las calles para señalar metas a las que dirigirse. Sin ellos pretenderlo, hicieron que para mí fuese fácil seguirlos.
El tiempo fue pasando. Me familiaricé con los paseos por el río -ni me caí ni me perdí-. Localicé unos bancos donde sentarme a escuchar el agua -a quien le pregunté por ellos debió creer que buscaba ingresar dinero ya que, en vez de mirar y verlos, se limitó a decirme que no era de allí (¡toma castaña!)- y atravesé sus puentes, el medieval de piedra y el de hierro con tablas en su acera (otro camino).
A alguien le llamaron la atención las andanzas de este cegato y los del periódico La opinión quisieron entrevistarle. El resultado lo tenéis aquí:
http://www.laopiniondezamora.es/zamora/2010/09/12/zamora-traves-tacto/462463.html
Con todo llegó el viernes, el regreso, el balance.
Una aventura plena, sentirse un turista más, en el sentido de explorador, el haber adquirido nuevos conocimientos a “primera vista”,de manera directa, haber transitado por la Historia, haber estado allí.
Las atenciones de quienes me ayudaron, unos con más normalidad y otros con extrañeza y hasta temor, la magia de pasear y soñar, la tranquilidad del entorno por el que deambulaba al ser peatonal, y el orgullo de haberme enriquecido otra vez más.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Viajar a ciegas

Comienzo hoy una nueva aventura, un nuevo reto: compartir mi ansia viajera, dar a conocer cómo la voy saciando y mostrar que puede hacerse, que merece la pena atreverse a emprender un viaje pese a lo que supone la discapacidad visual, la ceguera.

Ojalá os resulte interesante y sirva para avanzar en esa legítima aspiración que tengo de ser uno más.



El concepto de viaje es muy amplio. A lo largo de la Historia el ser humano ha viajado, se ha desplazado, de forma individual o colectiva, por diversos motivos: buscar mejores tierras o fortuna, conquistar, sed de conocimientos, etc. Hoy en día seguimos haciéndolo y, yo diría que, en el fondo, por similares causas.

Entonces, yo me añado a ese ansia viajera de la humanidad a lo largo de los tiempos y, por eso a veces, me gusta calificarme de “homo viajerus”

¿Qué significa para mí viajar?

Aprender lo que otras personas y civilizaciones han sido capaces de ir creando a lo largo de la Historia y llegar a sorprenderme al pensar cómo ha sido posible todo ello con unos medios y herramientas limitadas. Se demuestra que la voluntad y la capacidad creadora del ser humano es muy grande.

Tener una mente más abierta al percibir que uno no es el ombligo del mundo, que hay muchas otras tradiciones, gentes y espacios distintos a los de mi entorno, pero igual de hermosos y enriquecedores.

Pisar la Historia, es decir: estar en lugares en los que un día se dieron acontecimientos que hoy nos han influido. Es como si me trasladara en el tiempo.

Ser consciente de la magnificencia de un Dios creador que nos ha brindado espacios tan hermosos como unos acantilados, un bosque o una cascada con el poder evocador que estas maravillas contienen.

Sin embargo, por esto entenderéis que la limitación mayor que siento por ser ciego la perciba en este campo.

Y es que, efectivamente, un viaje tiene una gran componente visual, porque se llega a un espacio desconocido, los desplazamientos hasta allí muchas veces no son nada fáciles o se encuentran en puntos inaccesibles y el saber que estás delante de un cuadro como La Gioconda, una catedral o un palacio y no verlo, os aseguro que es duro y frustrante. Pero… es más fuerte mi ansia viajera que estos contras.

Por tanto, ¿cómo disfruto de un viaje? Y os aseguro que lo he hecho en un buen número de ellos:

Una buena preparación: soy consciente de que no todos los lugares que me gustaría visitar son accesibles para mí, por tanto elijo aquellos en los que sí podré sentirme a gusto.

Mirar documentación acerca de la ciudad o pueblo que visitaré, que pueda acceder a través del transporte público y que el alojamiento sea pequeño para obtener un trato más familiar y acogedor..

Echar mano siempre de una visita guiada que me dé una visión general del entorno y luego, si estoy más días, recorrerlo por mi cuenta.

Con los datos previos y estando en el sitio, usar la imaginación al intentar visualizar lo que tengo delante.

Escuchar a la gente del lugar por encima de las grandes explicaciones teóricas (que puedo tenerlas en libros).

Intentar tocar todo lo que pueda: a veces hay maquetas de monumentos, entro en las tiendas de recuerdos para ello o simplemente el tocar una columna o un sarcófago es muy emocionante.

En fin, que de una forma u otra intento percibir los aspectos que están a mi alcance: sonidos, olores, folklore, música, gastronomía…

¿Qué pediría para hacerme más fácil mi ansia de viajar?

Que siempre que podáis, en sugerencias o propuestas, se proponga el dotar a las ciudades de maquetas de los monumentos más emblemáticos y que éstas puedan ser tocadas por una persona invidente cuando así lo solicite. No es la primera vez que he tenido una delante y ésta era protegida por un cristal.

Que en las puertas de las habitaciones de los hoteles tengan los números en braille o en relieve, además de alguna información más disponible en audio o braille.

Que las guías sepan que cuando tienen, entre sus clientes, a una persona invidente, deben ser más descriptivas en sus gestos: no vale decir: “ahí está tal o cual cosa….” Sino “a la derecha o a la izquierda está tal o cual cosa…”

Que hubiese más museos o centros de los sentidos. Son muchos los museos de arte e Historia, pero muy pocos los que recogen los sonidos y los olores de un determinado lugar.

Para un invidente viajar significa pisar los sitios, empaparse de ellos, no vale con ir en autocar por una ciudad o un determinado paisaje porque no podrá apreciarlo.

Y por último, os dejo algunas sensaciones que he tenido en mis viajes:

Emoción porque, pese a mi discapacidad, estoy en el lugar cumpliendo un sueño.

Vértigo al estar en la cumbre de una montaña y saber que no hay nada a mi alrededor.

Fantasear a los pies de un acantilado, visualizando aquellos personajes novelescos que luchan contra la fuerza del mar en las noches de tormenta.

He visitado algunos lugares, menos de los que lo habría hecho si viera, pero aún sueño con la ilusión de conocer tantas ciudades y paisajes increíbles como hay en el mundo y en España, sin ir más lejos: Canaíma, con su Salto del Ángel; Praga, Brujas, Ansterdam, Escandinavia o San Petersburgo, la Riviera maya con Chichen Itza… Y en España: el valle del Jerte y Cáceres, Ribadeo, Menorca, Granada…